A
Cándido Velázquez-Gaztelu Ruiz
Cándido,
hermano, amigo:
¡Que
solos nos has dejado! ¡Que enorme vacío sin tu presencia! Parece como si el mundo en nuestro entorno no
fuese el mismo desde que te fuiste. Solo la compañía de todos los tuyos – con
sus afectos, sus rasgos, sus modos, viva huella de tu persona – consuelan de
algún modo, el dolor de tu ausencia.
Eras
el ejemplo vivo, de que la bondad es una virtud activa, una energía contagiosa,
afectando a todo el entorno. Esa bondad brotaba de forma natural de la fuente clara
de tu limpieza de alma, de tu enorme vitalidad, de tu solidaridad con los
problemas ajenos, de tu simpatía, de tu amor hacia todos los que te rodeaban.
Hoy
día, hemos conceptualizado estas virtudes. Si tu capacidad para el análisis y
la creatividad, en definitiva tu inteligencia, quedaron de manifiesto en tu
ingente labor en el desarrollo de las actividades y empresas en las que
participaste, tu Inteligencia Emocional, esa virtud que mide la capacidad para
relacionarse con los demás, brilló en ti a enorme altura, convirtiéndote en un
campeón absoluto de la armonía de relación hacia todos los que te rodeaban.
No
voy a hablar de tus cualidades como empresario. En estos días se ha escrito
mucho y bien sobre tus virtudes en este campo. Solo quiero destacar que por
encima de tu adaptación a los diferentes retos a los que te enfrentaste – incorporando
con enorme inteligencia y esfuerzo todos
los conocimientos técnicos, económicos , del entorno etc. que necesitaste - por
encima de ello, insisto, fue tu extraordinaria capacidad en la motivación y
dirección de equipos humanos la que ha sobresalido de forma extraordinaria y ha
conducido a todas las organizaciones que dirigiste, a un desarrollo
extraordinario y a los más excelentes resultados. Se de buena fuente, que jamás
discriminaste a nadie y supiste integrar a todo tipo de personas
independientemente de su ideología, raza, sexo o creencias. Y lo mejor de todo
fue tu capacidad de armonizar personalidades diferentes y temperamentos
opuestos cohesionándolos en grupos fuertes y perfectamente unidos, en los que
la capacidad del conjunto superaba con creces la de la suma de las
individualidades.
Fuera
del ámbito familiar, pocos saben, de la dedicación amorosa y entusiasta hacia
tu último hijo Cándido, desgraciadamente afectado desde su nacimiento por
problemas que lastraron su normal desarrollo y que le impedían una plena
autonomía en su desenvolvimiento cotidiano. Fué absolutamente habitual,
exceptuando períodos de viajes, que al final de una jornada agotadora como
presidente de Telefónica, y hacia las nueve de la noche, llegases a tu casa, te
despojases de tu traje de trabajo y te enfundaras un chandal y afeitases,
bañases, dieses la cena y acostases a tu hijo querido. Con tu cariño, supiste
insuflar en él, y a pesar de su imposibilidad de verbalización, ese mismo
afecto hacia los demás, expresado ante la presencia de su familia y amigos, en
entusiásticas palmadas, ojos encendidos, gritos entusiastas y sonrisas de oreja
a oreja.
Si
existe un lugar para los hombres buenos, no dudo que tu allí ocuparás un lugar
de honor. Aunque tu ejemplo perdurará entre nosotros como guía para nuestro comportamiento en nuestra
vida cotidiana, no te olvides, si es
posible, de nosotros, y ayúdanos a corregir nuestros yerros y sostener nuestro
ánimo en las dificultades de cada día.
Un
fuerte abrazo para Lupe tu mujer con la que tan entrañable y duradera relación
mantuviste hasta el fín de tus días y que con su presencia continua supo
consolar el difícil tránsito de tus últimas horas, Mis más afectuosos recuerdos
para Juan Pedro y Lola, Pilar y Giles, Antonio y Marta y Cándido, tus nietos: Fernando y Victoria, Marta y Antonio, tus hermanos: María, Carmen, Juan-Pedro y Conchita. Nos
consolaremos mutuamente con tu recuerdo y nuestro contacto asiduo.
Adiós
Cándido, compañero, hermano, amigo. Descansa en paz
Antonio
Azpitarte
Marita
Pérez Fernández-Fígares