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martes, 11 de octubre de 2011



EL MERCADILLO
Relato de Marita Pérez  F-Fígares

Son las 6 de la mañana, retiembla con  estrépito el despertador.
Al abrir los pequeños postigos, la luz tenue del amanecer me invita a la actividad.
Doy varios pasos dentro de la caravana.
Ante mí, un descampado, vacío, como tantos en tantas ciudades, donde la tarde anterior dejé aparcada mi furgoneta.
Desayuno, me arreglo sin prisa y como dispongo de tiempo, me dejo caer en mi tumbona de playa y me quedo traspuesta.
Me viene a la memoria con nostalgia mi anterior trabajo en la tienda y cómo al regresar a mi casa, al fin de la jornada, me encontraba en la madrugada, cosiendo y con la radio como un eco de fondo.
Los domingos, me gustaba pasear cerca del puerto y sus alrededores. Siempre me sorprendía, por más que lo conociera, el espectáculo de sus escaparates, ocupados cada uno de ellos, por una mujer.
Unas de mediana edad y otras verdaderas ancianas, todas ellas “en alquiler” y anunciando con su lucecita roja, que ahí estaban y además, disponibles…
Me producía ternura el verlas aprovechar el tiempo tejiendo o leyendo novelas, que le ayudaban a pasar de una forma más amena, esos momentos.
Al fin, tarde o temprano, algún cliente se decidiría  por alguna de ellas.
Muchas personas aprovechaban la tarde del domingo para pasear como lo hacía yo misma por estos lugares abiertos y sin apreturas.
Como fondo a mi paseo y a lo lejos, podía ver el mar.
Me da energía y consigue que con facilidad me traslade en mi fantasía a otros espacios.
Amigos, familia, instantes especiales… pero en un momento y por algún sonido que llega del exterior, regreso al momento actual.
Va amaneciendo: tengo que doblar la mercancía, preparar “mis fardos” y a pocos metros, hacer la instalación en el lugar y puesto que me corresponde, el 179.
Mis sombreros románticos hechos con encajes y floripondios, pensados únicamente para favorecer a cualquier mujer que quiera lucirlos, están por todas partes.
El puesto se asemeja a un pequeño jardín repleto de flores.
Junto a los sombreros, grandes bolsones de tela también floreada, colaboran en esta impresión.
Hace ya más de un año, un buen día y cansada a causa de las dificultades que me abrumaban, escasa de dinero y tiempo, decidí cambiar totalmente de vida y ampliar ese horizonte que tanto deseaba.
Qué mejor ocasión para conocer mundo y personas, que coger mi furgoneta y cambiar mi puesto fijo en la tienda, por otro ambulante que me permitiera conocer otros lugares.
Cientos de personas pasan despacio y de forma relajada frente a mi pequeño espacio en el Mercadillo. Grupos y parejas, interesados en curiosear por los diferentes puestos. Unos, interesados, otros con desgana e indiferentes.
A través de la mañana hay un constante ir y venir de personas de todo tipo.
Hablo con unos y con otros.
Preguntan por los precios. Se interesan en conocer la procedencia de esta artesanía. Les indico que soy yo misma la creadora y que cada modelo es único y por esa razón, especial.
La mayoría de mujeres que compran, quieren lucir su sombrero enseguida y se marchan felices. En este momento mi puesto es como una ventanita abierta al mundo.
Son gentes de paso o de la localidad y algunas se interesan por la vida de un vendedor ambulante, como los cientos que animamos los Mercadillos.
El trato, aunque sea superficial, con tantas personas, me hace sentir rica en afectos pues dejas a un lado tu yo individual y te integras también en el de los demás, sintiendo con la proximidad de tus vecinos de puesto, el interés en lo que te rodea y esas personas que varían de día en día acudiendo al Mercadillo, te hacen sentir parte integrante de sus vidas, mientras esos momentos duran.



Playa Honda


  Guitarrista en Teguise

 

Reponiendo fuerzas 
 

Iglesia de Teguise