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viernes, 2 de septiembre de 2011

A LA ORILLA DEL MAR

Dando mi paseo y rodeada de un paisaje tan precioso, me vienen a la cabeza mil situaciones que he vivido en estas caminatas que a veces son de hasta diez kilometros.
Luego, cuando estoy en casa, me gusta ponerlo, como dicen," negro sobre blanco..." y de esta forma poderlo compartir con quien quiera leerlo.




MI PASEO

Azules con pinceladas blancas y ocres me envuelven.

Un olor a algas y lapas inunda el aire mientras voy caminando a cierta marcha, en mi paseo, bordeando la costa.

Del mar llega un murmullo constante de las olas, pisándose los talones unas a otras, coqueteando con la arena en su vaivén y dejando un rastro de espuma blanca sobre la orilla.

En los charcos formados en las rocas durante la retirada del mar, en la marea baja, se encuentra gran cantidad de vida en miniatura que momentáneamente ha quedado atrapada, pero que volverá a formar parte del Océano, cuando llegue la pleamar.

En el camino me cruzo con personas de todo tipo, atletas que corren, otros montan en bicicleta, jóvenes de todas las edades patinando, personas mayores, gordos, flacos, gente en bañador, abrigados, risueños, hasta bebés tirados por sus padres en unos carritos especiales instalados en la parte de atrás de sus bicicletas. Todos parecen disfrutar.


Las palmeras agitan sus palmas como un saludo alegre mañanero.  En ocasiones pueden parecer enfadadas, si el viento las molesta en demasía. Entonces braman.


En la Avenida hay bancos ocupados por gentes que deciden contemplar el mar y a los paseantes. Otros bancos dan cobijo a caminantes fatigados, en espera de recuperar el resuello.


Al terminar la Avenida, empieza  tras un pequeño puente de madera, el camino que bordea el Aeropuerto. Una de las anécdotas que me fascina a estas alturas del paseo, es la presencia de “el halconero” dentro del recinto. entrenando a su halcón,  mientras sujeta con su mano una cuerda, en cuyo extremo lleva atada una falsa paloma que hace girar a toda velocidad por encima de su cabeza. En un momento dado, suelta la paloma y con increíble agilidad el Pájaro la coge al vuelo. En otras, las habituales, suelta el halcón para que con sus revolainas espante las posibles aves que pudieran poner en peligro la seguridad en el despegue y aterrizaje de los aviones.


Sigo caminando, a veces cuento los pasos, otras, la imaginación y los recuerdos me acompañan. El griterío de unas cuantas gaviotas, disputándose un pez en la orilla, hace que vuelva bruscamente a la realidad de mi paseo.


Hoy es día de llegada masiva de aviones. Cada minuto hay un movimiento de entrada o salida.


Desde un punto estratégico del camino puedes ver cómo entran los aviones por encima de tu cabeza a muy pocos metros del suelo. No puedes por menos de pensar que son como saltamontes gigantes con las alas desplegadas y que están invadiendo nuestro planeta desde otro desconocido. En cambio en su despegue se asemejan a princesas con sus brazos extendidos y cubiertas con un velo blanco que inician un vuelo ascendente hacia el cielo con gran elegancia y majestad.


En mi regreso, y desandando lo andado miro hacia el mar y en mi contemplación, siento que la cadencia rítmica de las olas es como el corazón de la vida que te hipnotiza, pudiendo permanecer extasiada sin que nada alrededor cuente.


La imagen del sol grande y anaranjado, hundiéndose en el mar, desafiante e imponente, es como una provocación de poder y tú desafiándole puedes presentarle cara, mirándolo directamente y de frente. En su ocaso busco el Rayo Verde de Julio Verne, que espero poder encontrar algún día.


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